Novela Ilustrada

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Baby en el tren, soñando

Era difícil creer que había crecido al fin. Llevaba toda la vida esperando ese momento, y ahora había llegado. Las insignificantes preocupaciones de la niñez quedaban detrás de ella para siempre. Se acabaron las clases de francés, se acabaron los paseos cansinos por el Louvre, con Mademoiselle ocupándose de ella, se acabó sentarse en una mesa del petit salón, con una novela oculta furtivamente detrás de un tomo de historia.

De inmediato la vida en la pensión le parecía irreal, desprovista de color. La niña que se dormía llorando cada noche porque Mademoiselle le había fruncido el ceño le parecía una extraña, una sombra perdida. Y la charla de las chicas, las intimidades de vital importancia, tan cruciales aquellos días, ahora le parecían vacías, cosas sin sentido que apenas recordaba. Era mayor. Las cosas más maravillosas de la vida se extendían delante de ella. Decir lo que quería, ir adónde gustara, tal vez quedarse en un baile hasta las tres de la mañana y beber champán. Podía dejar que la llevara a casa en taxi un joven que quisiera besarla (aunque no se lo permitiría, por supuesto) y que a la mañana siguiente le enviaría flores. ¡Oh!, y habría tantas amistades nuevas, cosas nuevas, rostros nuevos.

No sería todo bailes y teatro, por supuesto, eso lo sabía. Más adelante tendría que sentar la cabeza seriamente y dedicarse a su música; pero sólo durante algún tiempo quería sentirse recorrida por la nueva sensación, cálida y feliz, que la hacía estremecerse; bailaría y cantaría, ligera como el vuelo despreocupado de una mariposa durante una mañana de mayo.

-¡Soy mayor! ¡Soy mayor! - Las palabras eran música para sus oídos, y el traqueteo del tren recogía la melodía y la hacía retumbar, una vez y otra-. ¡Soy mayor! ¡Soy mayor!

Pensó en la bienvenida que la esperaba. Mamá, vestida con un gusto exquisito, y más hermosa que nunca, más encantadora de lo que ella podía aspirar a ser, abrazándola con fuerza y despeinándola. "querida, pareces un cachorrito bien alimentado, vete afuera a jugar." Pero Mamá no podría decirle eso ahora, porque desde las últimas vacaciones había adelgazado, y además le había cambiado el rostro al hacerse la permanente. También tenía un vestido nuevo, y un toque de color en los labios. Mamá estaría por fin orgullosa de ella. ¡Qué divertido sería, ir juntas a todas partes, hacer las mismas cosas, conocer a las mismas personas! Aquello era, tal vez, lo que más había deseado en toda su vida, estar con Mamá. Serían unas grandes compañeras. La querida Mamá era tan generosa, tan rematadamente extravagante; era obvio que necesitaba que alguien que cuidara de ella. Serían como hermanas.

Por supuesto, estaba el tío John... No podía recordar un tiempo en el que no hubiera estado el tío John. En realidad no se trataba de ningún pariente, pero era como si lo fuera. Le habían conocido por primera vez en Frinton, o eso creía, cuando ella era una niña pequeña, que se bañaba con Mamá donde no cubría; pero todo aquello fue hace mucho tiempo. El tío John llevaba años siendo parte de la familia. Le resultaba útil a Mamá de cientos de maneras. El tío John era quien respondía las cartas por Mamá y se peleaba con los comerciantes cuando las facturas eran muy elevadas. El tío John era el que se encargaba de los billetes para los viajes y reservaba habitaciones en los hoteles. Aunque no vivía en la casa, siempre estaba por allí a la hora de las comidas, y cuando no estaba allí para el almuerzo o la cena, era porque había llevado a Mamá al restaurante o al teatro. Era el tío John quien había hecho que Mamá comprara tantos coches nuevos; por supuesto era un excelente conductor.

Sí, el tío John le resultaba muy útil a Mamá, y era un encanto de persona, aunque fuera muy viejo; tenía más de cuarenta años. ¡Pobre tío John! ¿Qué fue lo que dijo sobre él una de las chicas en la pensión cuando pasó por París en verano, de camino a Cannes? <<¿Es ese el gato doméstico de tu madre?>> ¡Qué buena frase! Gato doméstico.

Tal vez el tío John se pareciera bastante a un gato, un querido, inofensivo viejo atigrado macho, ronroneando tranquilamente en una esquina, sin enseñar nunca las garras, bebiendo con tranquilidad de su platito de leche. Pues bien, se dedicó a llevar sus abrigos y sacarlas al teatro y a bailar con ellas; iban a ser tan felices, ella y Mamá y el tío John.

Y ahora estaba tan emocionada que apenas podía estarse quieta en su asiento. La fría y oscura noche no importaba; el vagón Pullman sobrecalentado no importaba. El tren se acercaba a Victoria. El corazón le saltaba en el pecho, y un pequeño latido palpitaba en su sien. El amigable y sonoro rugir de Londres, el tronar de los autobuses, las luces amarillas de las tiendas repletas de decoraciones navideñas... si eso era ser mayor, entonces se sentía más joven que en toda su vida, joven con la nueva esperanza derivada de la inexperiencia, y un resplandor que relucía en su interior con la fuerza de un paraíso por descubrir. Ahora era el momento supremo, nunca igualado y nunca superado por ningún otro, en el que el tren llegaba al final del trayecto en Victoria.

Saltó al andén, emocionada y ruborizada, los ojos muy brillantes y azules, la boina de terciopelo ladeada.

- ¡Mamá, Mamá, querida, estoy tan, tan contenta de haber vuelto!

Baby sale a abrazar a su madre

Pero algo ocurría, algo no estaba bien. Mamá le miraba con asombro, casi con consternación, y al instante parecía como si estuviera enfadada, asustada.

-Baby, qué demonios... -comenzó, pero su voz se perdió insegura, y entonces rompió a reír, un tanto forzadamente, un tanto con demasiada alegría-. Te has hecho algunos arreglitos, ¿verdad?- y, cambiando forma abrupta a un tono endurecido y despreocupado-.

Supongo que tendrás montones de equipaje. Ve y encárgate de ello, John. Estoy helada. Voy a esperar en el coche.

La muchacha la observó marcharse, sintiendo una breve punzada de decepción, y se giró hacia el hombre que esperaba a su lado, sombrero en mano, observándola.

-¡Hola, tío John!

Pero ¿por qué tenía que mirarla de aquella forma, la vieja medio adormilada expresión desaparecida y una nueva en su lugar, alerta, globulosa y rara?

Todo era muy distinto de como se lo había imaginado. La sensación de anticipación que no la había dejado de sentir había desaparecido, y en su lugar había llegado una terrible sensación de enrarecimiento, casi de aburrimiento. Se sentía sola y encerrada en sí misma. Tenía que ver con Mamá. Mamá no estaba bien; desde que había regresado de la escuela Mamá había estado fría, se irritaba con facilidad, y la regañaba por nada.

Y eso que ella se había esforzado tanto en complacerla. Había tomado todo tipo de cuidado con su apariencia, llevaba puesto un vestido nuevo que le sentaba bien, charlaba y reía con los amigos de Mamá como si hubiera estado "desaparecida" durante años. Todos eran simpáticos con ella, y le tenían consideración, la invitaban a los bailes, a fines de semana, a fiestas en casas privadas, a todas las diversiones que había esperado en el tren. Pero ahora todo se había estropeado porque Mamá no estaba contenta con ella.

Desde el principio, Mamá se había comportado con frialdad. Desde la primera mañana, cuando habían ido a comprar el traje de noche, escoltadas por el tío John, como de costumbre, y ella había querido el encantador vestido de terciopelo melocotón con la espalda baja.

-Mi querida baby, no seas tonta; tendrías que esperar años para ponerte algo así -desechando su tímida pregunta-. No, Louise -a la chica de la tienda-, algo mucho más simple, en color blanco -y después, girándose hacia el tío John irritada-: ¿Y bien? ¿Por qué te has quedado boquiabierto de esa forma? Supongo que te gustaría ver a la niña toda repintada como una cualquiera.

Ella nunca había escuchado a Mamá hablando de esa forma en toda su vida. Con rapidez y vergüenza, murmuró:

-Sí, quiero el blanco; es muy bonito.

Pero en su fuero interno lo odiaba: el cinturón en la cintura y las hombreras gruesas; sin duda, el vestido de una colegiala. Pero se pondría cualquier cosa si con ello cambiara la expresión de Mamá, tan endurecida, con líneas de resentimiento en la esquina de la boca.

Más tarde, cuando Mamá no miraba, el tío John le había susurrado al oído: <<¡Es una pena! Estarías preciosa con el de terciopelo, preciosa>>, sonriéndole, dando golpecitos en su mano, como si ambos fueran un par de aliados, alineándose a su lado de forma furtiva, como un cómplice. "si quieres algo, ven conmigo", le había dicho más tarde aquel día, empujándola hacia una esquina, volviendo la vista a través de la puerta entreabierta. "no preocupes a tu madre, ven verme directamente." Y por un momento había querido reírse, tanto le pareció en aquel momento un gato doméstico, lustroso y bien alimentado, ronroneando suavemente y arqueando la espalda. "gracias, tío john, eres el mejor", había dicho, besándole de forma impulsiva; para su sorpresa, él se puso muy colorado, se quedó un momento sin saber qué hacer, y entonces le devolvió el beso. "vamos a ser amigos, ¿verdad, baby?", dijo, apretándole la mano. "claro, siempre lo hemos sido", respondió ella, sintiéndose, por primera vez en su vida, tímida y avergonzada, como si le hablara a un extraño.

Baby llorando con el vestido blanco

Los días que debían haber sido dichosos, repletos de nuevos intereses, pasaron con lentitud, como las viejas vacaciones escolares; y, a pesar de todas las novedades, podría ser aún la misma niña en la pensión. Mamá ponía excusas para las muchas invitaciones que recibían. "más adelante, tal vez", decfa con vaguedad, y luego salía con el tío John sola, y la dejaba para que llamara a alguna amiga del colegio y se gastara media corona en el Plaza.

El día de Navidad se pasaba con la abuela en el campo, como de costumbre: un pesado almuerzo, seguido por un paseo vespertino bajo la lluvia y un Boxing Day aliviado por el circo y una prima que acudió a cenar. Pero después de aquello la semana se extendió tristemente hasta el día de Año Nuevo. Nada de lo que ocurriera podría estropear eso, seguro. El extraño humor de Mamá la abandonaría, y el tío John volvería a ser el mismo de nuevo. Iba a celebrarse una gran fiesta en el Savoy, una fiesta que se daría para ella, en la que todo el mundo sabría que era mayor, que ya no era una niña. Rezaba con el fervor más apasionado por el éxito de aquella primera fiesta, y porque Mamá fuera la antigua Mamá, despreocupada y afectuosa, orgullosa de tener.una hija que pareciera tanto una hermana menor; se pondría su vestido nuevo, incluso si era demasiado cubierto, demasiado aniñado. "por favor, dios, que todo salga bien", susurraba a la hora de acostarse, balanceándose sobre sus rodillas con fervor y, acercándose a la ventana, apartaba la cortina, donde en el cielo brillaba una estrella solitaria, como ella brillaría, más hermosa que las otras, el día de Año Nuevo.

Mamá se acostó temprano la noche anterior a la fiesta. Le subieron la cena en una bandeja. Se sentía cansada, dijo, agotada. Esperaba estar mejor al dia siguiente, pero, como era lógico, si no lo estaba, habría que cancelarlo todo, incluso si aquello significaba decepcionar a Baby. Mejor eso que toda la casa con la gripe. Le dolía Ia garganta, y en efecto era posible que se tratara de la gripe. Uno no podía ser lo suficientemente cuidadoso en aquella época del año. Su hija le dio un beso de buenas noches y se dirigió, desconsolada, hacia la salita.

Se sentó al piano y tocó ahogadamente, por miedo a molestar a Mamá. No podía ser la gripe, no tan de pronto, de aquella manera, la noche antes de la fiesta. Algunas veces se preguntaba si Mamá se comportaba así a propósito, y, por alguna extraña, y desconocida razón, no quería que fuera feliz. Y entonces se abrió la puerta y el tío John entró en la habitación. Parecía azorado y muy emocionado; la atrajo hacia sí de forma misteriosa.

-Vamos -dijo-, pórtate bien. Cuando no está el gato... ¿Había estado en una fiesta y había bebido demasiado? Pobre tío John.

-¿Qué ocurre? -dijo ella-. Mamá está acostada, y lo sabes; no se encuentra bien.

-Claro que lo sé -dijo él-. Por eso estoy aquí. Voy a llevarte a cenar.

Durante un momento ella lo miró asombrada, y después sonrió. En realidad resultaba bastante tierno que se acordara de que estaba sola. Había adivinado que sus Navidades habían sido un horror, y ahora había ido a verla, en traje de noche y todo, porque sentía pena por ella. Además, debía de aburrirle tanto aguantar su cháchara de niña, cuando podría estar saliendo con montones de gente...

-Adónde vamos? —preguntó, feliz de pronto, y emocionada—¿Puedo ponerme mi nuevo vestido? ¿Podemos ir al teatro?

Corrió escaleras arriba, acordándose justo a tiempo de pasar de puntillas por delante de la puerta de Mamá. En realidad le sentaba muy bien, pensó, mirándose en el espejo, y con una mano temblorosa se puso un poco más carmín del debido. El tío John, más que nunca un gato domestico, la esperaba en el vestíbulo. Parecia ronronear de satisfacción, tirando de su bigotito.

-¡Monita amaestrada! —dijo-. Te han enseñado -una cosa o dos en París, ¿no?

Se pasó toda la noche haciendo insinuaciones parecidas, sugiriendo que sabía muchas cosas, incitándola a que se confesara con él.

—No, en serio, si nunca íbamos a ningún sitio —le dijo ella por décima vez-. No eran más que clases y conferencias todo el tiempo.

—Oh, no me digas... —respondió él, llenando su vaso-. Puedo verlo en tus ojos. Has cambiado por completo.

¡Qué tonto era, sonriendo de oreja a oreja de aquella forma como el gato de Cheshire en Alicia! Debía contarle la historia del Gato Doméstico? Pero tal vez le haría daño, y en realidad estaba siendo tan amable con ella, un encanto, regalándole la velada mas feliz desde que había llegado a casa.

El champán la hizo reírse tontamente, la hizo charlar demasiado, pero a él no parecía importarle. Se reía sonoramente con todo lo que ella decía.

—Lo sé, lo entiendo —decía una y otra vez—. Una chica bonita como tú quiere divertirse. ¿Por qué no iba a ser así? Una chica puede hacer lo que le plazca hoy dia. Lo sabes, ¿verdad, Baby? Me encargaré de ello, a pesar de... —pero no terminó la frase; se detuvo con una sacudida, evitando que sus miradas se cruzasen.

Le parecía que todo el mundo le sonreía cuando dejaron el restaurante. Sabían que era la hija de Mamá; paraban al tío John, y le pedían que se la presentaran.

—Te recuerdo como una niña pequeña. ¡Qué crecidita estás! —Algo embarazoso y abrumador por su parte, tal vez, pero muy amable también, y agradable.

-¿Te lo estás pasando bien? —preguntó el tío John, y ella le devolvió la sonrisa, azorada y emocionada.

—Estoy pasando una velada maravillosa. ¡Si Mamá estuviera aquí sería perfecto!

Le resultó bastante bobalicón, con la boca abierta, y la cabeza ladeada. Entonces supuso que ella bromeaba. Rompió en una estruendosa risa.

—¡Desde luego, eres un poco tonta para ser tan joven, lo eres de verdad!

Pero ella no le escuchaba: estaba mirando a su alrededor, sus ojos bailaban, bebían las nuevas vistas y sonidos, concentrándose en su mente, que para entonces se encontraba a millas de distancias de él, con alguien distinto, alguien nuevo, alguien joven. iY qué divertido era sentarse en la fila tercera de la platea, y salir durante los descansos a fumarse un cigarrillo, cuando la última vez que había estado en el teatro fue en un estrecho loge con Mademoiselle y tres chicas más, todas para ver L'Avare, comiendo chocolate a escondidas! ¡Qué horrible, qué chiquillada! Pero en esta obra había música, había baile, había una chica con el pelo rubio que hacía piruetas contra un fondo de estrellas; había un muchacho esbelto y moreno que cantaba una canción al mar, y durante toda la representación un violín sugería una melodía tintineante y enloquecida, que se insertaba en la memoria, persistente e inolvidable.

el gato guiando a baby a través de desconocidos

¡Oh, vaya! Lo estaba sintiendo todo de forma demasiado profunda, se dijo; no podía durar mucho, tanta belleza y romance. ¡Cuánto se alegraba de que la pareja acabara junta al final, tras la terrible pelea del segundo acto! Y ahora tocaba el Dios salve a la Reina, fúnebre y palpitante. Un sollozo se ahogó en su garganta., y pensó en cuán fácilmente moriría por su país; pero en un minuto todo estaba terminado y olvidado. Eran parte de la multitud que buscaba un taxi a la salida del teatro, y se abrían paso a través del tráfico en Piccadilly, todo iluminado con señales eléctricas y brillos intermitentes, parándose con una sacudida cuando el portero uniformado de violeta del club nocturno abrió la puerta.

¿Qué estaba murmurando el tío John? Algo sobre ser malditamente lenta después de París? iQué pesado era! Que aburrido. Sería su edad, o eso creía. Puesto que ella sentía una sensación de hormigueo impaciente mientras la banda se lanzaba con la melodía que no se le había ido de la cabeza durante toda la tarde, y parecía como si cientos de rostros relucieran desde las mesas atestadas, brazos desnudos, vestidos plateados, ojos oscuros, camisas blancas; actividad febril por todas partes, y ruidos y risas. Ahora estaban bailando al fin, con las luces un poco bajadas; se dedicó a volver la cara de derecha a izquierda, observando las de las parejas que pasaban.

Un chico le sonrió por encima del hombro de su pareja, una risa infecciosa y alegre.Tuvo que sonreirle a su vez. Seguro que ambos estaban pensando lo mismo: «¿Por qué no estamos bailando juntos?». No podían despegar los ojos el uno del otro; él siguió, con su pareja detrás de él, perdida en un sueño. Ni siquiera escuchó al tío John cuando le susurró al oído: "imaginarás que tenemos ser muy cuidadosos, baby... ella sospecha hay algo entre nosotros...".

Por supuesto, todo tenía que acabarse. No sabía si eran las tres o las cuatro en punto, había perdido la noción del tiempo, y podría haber bailado para siempre. En el salón de casa le dio las buenas noches, demasiado feliz y pletórica para hablar. Él se preguntó por qué estaba en silencio; no dejaba de observarla con cierta ansiedad. <<¿Qué es lo que ocurre? ¿Estás enfadada conmigo? ¿Decepcionada?>> ¡Tontaina tío John! Le pareció humilde en exceso, ansioso por agradar; en ocasiones casi le parecía un sentimental.

—Me has dado la noche más maravillosa que he tenido en mi vida —le dijo ella.

De pronto una puerta se cerró sobre sus cabezas, y resonaron pasos en el descansillo. El tío John se sobresaltó, empalideció, se giró y la tomó de los hombros. Su expresión había cambiado por entero. Habían desaparecido las líneas finas y suaves de la nariz y el mentón; había desaparecido la sonrisa insulsa, la luz en los ojos redondos y globulosos. Algo furtivo se arrastraba por su rostro, alga malicioso; la boca curvada, los ojos medio cerrados. Parecía un gato, un gato macho astuto y aceitoso, agazapado en su propia sombra contra una pared húmeda y oscura.

—Nos ha oído —susurró—. Viene para abajo. Pase lo que pase, tenemos que despistarla. No debe sospechar nada sobre nosotros, ¿me escuchas? Debemos mentir como cosacos, inventarnos alguna historia. Estate callada, y déjamelo todo a mí.

Ella lo miró sin entender nada.

-¿Y por qué diablos le importaría a Mamá...?- comenzó. Pero él la paró con impaciencia, la mirada vuelta hacia la puerta.

-No finjas que eres tan endiabladamente inocente- le espetó-. Sabes perfectamente bien que es una situación terrible. ¡Oh, Dios mío...!- se giró, fumando atropelladamente el cigarrillo, las manos temblando.

La muchacha escuchó la voz de su madre fuera de la habitación.

-¿Eres tú, John? ¿Qué estás haciendo aquí abajo? He tenido una noche espantosa. No podía dormir...

Se quedó de pie en el umbral, observándolos a los dos; el hombre exhalando humo, mirándola por el rabillo del ojo, y la chica aferrada a su bolso de noche rosa, retorciéndolo entre sus dedos.

Mamá se había echado un chal sobre su camisón, y se tapaba de forma relajada con una mano. Su rostro era una máscara de polvos aplicada sin cuidado y demasiado aprisa. Las líneas le colgaban de la boca, y tenía los ojos hinchados. En aquel momento no se percibía nada de su belleza. No era más que una mujer de mediana edad que había dormido mal. La chica se dio cuenta de eso al instante, y sintió vergüenza por ella, odiando que alguien pudiera verla tan macilentosa y ojerosa.

-¡Oh, Mamá, lo siento! ¿Te hemos despertado? -dijo. Hubo un momento de silencio, tenso y terrorífico; y entonces Mamá se rió, con un ruido forzado y terrible, y el rostro tan pálido como el del tío John.

-Así que todo este tiempo he estado en lo cierto -dijo-, no eran solo imaginaciones mías: todas estas miradas secretas y susurros por las esquinas... ¿Cuánto tiempo hace que dura? ¿Desde que has venido de París, o acaso empezó el verano pasado? Has trabajado rápido para una niñata de tu edad, ¿no crees? Deberías tener al menos la decencia de ir a otro sitio, y no usar mi casa.

El tío John intervino con premura, las palabras apilándose unas encima de las otras: "querida, te aseguro... nada inapropiado... pregúntale a baby... me suplicó que la sacara... sentí pena por niña... quería quedarme contigo... nunca ha entrado en cabeza... absolutamente absurdo". Breves frases entrecortadas, que no resultaban convincentes en absoluto, y sonaban como una ristra de mentiras incluso para la niña que estaba de pie a su lado.

Pero la mujer no quería escucharlo. No podía dejar en paz a su hija. Era Baby la que era falsa, quién había mentido, quien lo había planeado todo en su contra... El hombre no era nada, apenas una mera sombra.

-¡Como te atreves! -estaba diciendo-. ¿Cómo te atreves a volver de París y comportarte como una cualquiera de tercera clase? En cuanto llegaste a casa me di cuenta de lo que intentabas hacer: podía verlo en tus ojos. Oh, te lo has trabajado sin levantar sospechas... ¡y no has armado ningún escándalo! Te habías empeñado en conseguirlo, ¿verdad? Nadie más te servía. Tenía que ser él. Me han dicho que eso es lo que hacen las chicas de tu edad. Tienen que conseguir al hombre de otra. ¿Y te crees que estoy dispuesta a compartirlo...?

La chica no respondió. Lo único que podía hacer era mirar a su madre, físicamente enferma de horror y vergüenza, la realización de lo que había ocurrido grabándose a fuego en su mente. Mamá y el tío John. Mamá y el tío John en Frinton, diez, doce años antes. Mamá y el tío John en Londres, París y Cannes. Todos aquellos años, comprando billetes, conduciendo coches, lidiando con los comerciantes, pagando las facturas, comiendo todas sus comidas en la casa, un día tras otro, una noche tras otra. Mamá y el tío John.

Aquel hombre pequeño y regordete, con su bigotito, cargando con los equipajes en las estaciones de tren, sirviendo el pan con mantequilla a la hora del té, respondiendo al teléfono, llevando la agenda social, mesándose las manos cuando estaba contento, sonriendo, servicial, humilde... El tío John. Ahora lo entendía todo. Mamá, con su belleza perdida, no era más que una mujer celosa y asustada, que envidiaba su propia juventud; mientras que él, con su hablar suave lleno de mentiras, buscaba una nueva alianza.

Así que ser mayor consistía en aquello: un tejido sórdido de relaciones personales, complicadas y envilecidas. Ni amor ni romance. Ahora le tocaba a ella vivir todo aquello, ser falsa, endurecerse, ponerse la misma máscara que había llevado su madre. Estaba sola en la sala. Ellos habían subido, Mamá sin dejar de gritar, agudamente, como la mujer de un tendero, por primera vez vulgar, y el tío John suplicando, protestando, agarrándola de los hombros con manos ineficaces.

Baby en el medio de la fiesta mirando hacia el lector, el gato detrás

¡Feliz año nuevo! ¡Feliz año nuevo!

Manos que la llevaban de un lado a otro, voces gritando en sus oídos, y la orquesta tocando alto y alegre. Era un éxito, su fiesta; una noche de gala, un éxito absoluto. Adondequiera que mirara veía rostros sonrientes, y dondequiera que escuchara solo oía alabanzas.

-Cada día que pasa te pareces más a tu madre. ¡Es maravilloso! ¡Parecéis hermanas!

Eran casi las doce en punto, y el viejo año no tardaría en morir. Las serpentinas volaban por el restaurante, azules, naranjas y verdes; unos viejos con gorros de papel tiraban bolitas amarillas a gente a la que no conocían de nada en la mesa de al lado; el confeti de colores inundaban el suelo, y se enredaba a los pies de las parejas que iban dando tumbos de forma escandalosa. No había ni un centímetro de espacio libre sobre el suelo; los cuerpos estaban apretados los unos contra los otros, calientes, sudando, saltando arriba y abajo, apoyándose contra las mesas, riendo sobre los hombros. El ruido era ensordecedor, el clamor de Babel. Los hombres gritaban y silbaban, y las mujeres chillaban con histerismo. Parecían un enjambre de ratas en un barco que se hundiera.

-¡Feliz año nuevo! ¡Feliz año nuevo!

-¿No es maravilloso? ¿No estás contenta? - le gritó alguien al oído.

Intentó responder, e intentó devolver la sonrisa. Pero sentía que cada sonrisa era forzada, y cada mensaje, poco sincero. Ellos lo sabían, todas esas personas sabían la verdad sobre Mamá y el tío John. Lo sabían desde hacía años. Sus gestos, sus sonrisas, sus insinuaciones y susurros..., todo ello probaba que lo sabían. Y ahora esperaban el siguiente paso del juego: las primeras miradas celosas, las primeras señales de rivalidad. <<¡Qué crecidita estás!>> Las risas detrás de las manos: "por supuesto, lo compartirán".

Estaban en un círculo, con las manos unidas, Mamá, ella, y el tío John. "should auld acquaintance be forgot?" La voz de él sonaba más alta que el resto; sonreía a Mamá, bruñoso y terso, el perfecto gatito atigrado doméstico.

-Feliz año nuevo, querida -dijo-. Feliz año nuevo.

Y entonces, cuando el círculo se rompió, el hombre se giró hacia la hija y le murmuró al oído:

-Todo está bien. La he calmado. Se ha creído nuestra historia. Nos apañaremos de alguna forma, Baby. Pero, escúchame... Tenemos que tomárnoslo con calma durante algún tiempo, con mucha calma…

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